jueves, 23 de enero de 2020

¿Adoctrinas? Yo... sí.


Estos días se está hablando mucho del adoctrinamiento en las aulas, cosa que me ha llevado a reflexionar sobre mi labor docente, y me he llegado a plantear la siguiente cuestión:

 ¿Estoy adoctrinando a mis alumnos? Entonces, antes de responder he buscado en la RAE la definición de la palabra adoctrinar:

Adoctrinar: Inculcar a alguien determinadas ideas o creencias.

Y después de mucho pensar… creo que sí. Estoy adoctrinando. Os explico.
Si cuando un niño le dice a otro “no llores, que pareces una niña”  yo intervengo, explicando que todos tenemos derecho a expresar nuestros sentimientos, independientemente de nuestro género, entonces sí, estoy adoctrinando.

Si cuando una niña le dice a otra “gafotas” yo intervengo, le digo que no tiene que insultar a nadie, ya que a ella tampoco le gustaría que se lo hicieran, y que hay que respetar a todos tal y como son, con sus virtudes y defectos, entonces sí, estoy adoctrinando.

Si cuando un grupo de alumnos llaman “chino” de manera despectiva a otro, yo intervengo y explico que eso no se debe hacer, ya que es ofensivo y todos somos personas independientemente de nuestro color, raza o nacionalidad, entonces sí, estoy adoctrinando.

Si cuando un alumno me pregunta si una niña puede ser bombera yo intervengo y le digo que sí, porque tu género no te dice que profesiones puedes o no puedes hacer, entonces sí, estoy adoctrinando.

Si cuando escucho a una niña llamar “maricón” a un compañero porque estudia ballet yo intervengo, le explico que los gustos o aficiones de una persona no determinan su orientación sexual, y aunque así lo fuera, tampoco es de su incumbencia ni debe menospreciar a nadie por ello. Entonces sí, estoy adoctrinando.

Y así podría seguir un buen rato, contándoos más ejemplos reales (como los de arriba), pero más o menos el mensaje es el mismo. Adoctrino, sí, pues estoy inculcando en mis alumnos ideas como: igualdad entre hombres y  mujeres, la riqueza de la diversidad lingüística, de raza o nacionalidad, respeto a las personas independientemente de su orientación sexual, el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales, vamos,  les estoy enseñando a vivir en sociedad.

Lo que pasa es que yo prefiero sustituir la palabra adoctrinar por educar. Educar en la diversidad, la igualdad, el respeto a todas las personas independientemente de su origen, color, sexo, raza, orientación sexual… Vamos, lo que dice la Constitución.

Así que cuando creáis que por dar una charla a vuestros hijos en la escuela estamos adoctrinando, pensad que lo hacemos todo el tiempo.

Siempre conmigo


Los que tuvisteis la suerte de conocerlo, lo amasteis. Para los que no, ahora os cuento cómo era Bob.

Llamado Bob, Bobito o Bobín. Bob era un perro que gustaba hasta a la gente a la que no le gustan los perros. No sé qué tenía que provocaba dulzura en todo aquel que se cruzaba en su camino. Así era Bob.
Me enamoró desde que lo vi en la protectora. Surgió algo, algo increíble, difícil de explicar, que se prolongó durante 9 años.
Desde el primer día se convirtió en mi sombra, siempre conmigo allá donde fuera. Compañero de viaje y de aventuras. Amigo.

Desde que sonaba el despertador acudía a mi, y ya no se despegaba. Le encantaba salir a la calle. Cuando escuchaba el sonido de la correa se volvía loco. Perro loco lo llamaba. En casa no podíamos pronunciar las palabras “vamos, calle, sacar al bob…”. Así que Quique y yo íbamos inventando palabras clave para que no supiera que se acercaba el momento. Aunque era ponerse las zapatillas y ya no había manera de engañarlo. A veces teníamos que usar las palabras mágicas “tu no”, para que se parara en seco. No fallaba.

En el parque corría por el césped, a veces daba saltos como una cabra montesa. Le gustaba hacer pis en las hojas de las palmeras. Nunca tuvo problemas con ningún perro, yo siempre decía que era “un perro persona”, de hecho mucha gente me decía “tiene cara de persona”.
No le gustaba el agua, alguna vez lo llevamos a la playa y no había manera. Lo cogí en brazos y me metí en el agua, y apretaba tanto las patas sobre mi que hasta me hizo un arañazo. En la arena tenía mucho calor y hacía agujeros para meterse dentro. Que gracioso era!

En casa era muy tranquilo, a no ser que abrieras el armario de las galletas, entonces saltaba y ladraba de alegría. Su juguete favorito era un ratoncito de plástico. Me gustaba lanzárselo, aunque luego no lo trajera y tuviera que ir yo a quitárselo.  Cuando el juguete se hacía viejito iba a la tienda y compraba dos, para tener siempre uno de recambio. No podía estar sin su ratón. Cómo era mi Bob!
Cuando se quedaba solito en casa te miraba con cara de pena. Siempre que me iba le decía “pórtate bien, Bob, en seguida vengo”. Al volver a casa, era meter la llave en la cerradura y escucharlo ladrar. Que alegría abrir la puerta y verlo con su ratón en la boca. 

En la cocina era mi escoba, cualquier cosa que caía al suelo él la recogía, y se la comía, claro. Mientras nosotros comíamos él nos observaba, y después comía él.  Así era Bob.
Los ratos en el sofá me encantaban. En cuanto veía que me dirigía al sofá venía detrás, se sentaba en el suelo y esperaba la palabra mágica “sube”, a veces sustituida por un gesto de abrir los brazos. Subía y se tumbaba a mi lado. Cuánto amor!

Cuando tocaban al timbre ladraba, incluso cuando sonaba el timbre en la tele, eso era muy divertido. Y si me ponía a tocar algún instrumento en casa, se acercaba para pedirme clemencia. Los sonidos agudos le molestaban.
El momento de secarme el pelo después de la ducha era curioso. Al escuchar el sonido del secador se ponía a mis pies, le gustaba que le acercara el aire calentito del secador durante unos segundos. Después se sentaba en la puerta y esperaba a que acabara para acompañarme a mi siguiente destino (sentarme al ordenador, al sofá, cocinar…).

Con él no existía la soledad, nunca. Cuando me sentía triste ahí estaba. Sólo mirarlo me hacía sonreír, y abrazarlo transmitía paz. Ahora que estoy triste no sé dónde mirar.

A veces durmiendo tenía sueños en los que ladraba o lloraba. Pobrecito! Yo le acariciaba y le decía, “tranquilo, estoy aquí”. Mismas palabras que le dije cuando estaba a punto de morir. Espero que las escuchara.
La gente decía que tenía mucha paciencia y se divertían mucho con las fotos que le hacía, lleno de complementos y disfraces. Lo que no saben es que aguantaba los sombreros y gafas porque luego le daba “bacon”, otra palabra prohibida por la que enloquecía. También le encantaba chupar las tapas del yogur, y el día de cocido en casa era una fiesta. No penséis que le daba la carne que sobraba, se volvía loco con las verduras cocidas!

Ay, casi se me olvida, no le gustaba nada la colonia canina, era ver el bote y empezar a arrastrase por el suelo. Me reía mucho cada vez que lo cepillaba, cuánto pelo! Y no, no estaba gordo, era muy peludo.
Cuando iba a casa “de los abuelos” disfrutaba un montón. Era su casa de vacaciones. Allí era muy feliz. Bueno, en general, era un perro feliz, y nos hacía feliz a todos.

Todo el que lo conocía, hoy siente un vacío. Un terrible accidente nos lo ha quitado antes de tiempo, pero hoy sólo podemos dar gracias por su existencia y recordar todos y cada uno de  los momentos que nos dio.
Por siempre conmigo, por siempre con nosotros. Bob.


lunes, 23 de julio de 2012

Hasta siempre amigo.


Era un buen amigo. Quizás no de esos que van contigo a todas partes, pero eso no significaba que no te quisiera. Él era distante, pero en realidad siempre estaba ahí. No le gustaba estar solo, pero ¿a quién le gusta? Era un amigo de esos que sabe cuando estás preocupado, cuando necesitas apoyo. No decía nada, pero su presencia era suficiente para animarte.

Le gustaba mucho pasear, aunque más en invierno que en verano, porque el calor no le iba nada bien. Disfrutaba mucho corriendo, pues lo llevaba en sus genes. Ojalá hubiera podido correr más. Aunque creo que lo que más le gustaba en esta vida era la comida. Sí, la comida. Pero no la suya, la de los demás, y sobretodo la carne. Se ponía tan contento cuando recibía un premio, o cuando se encontraba un bocadillo por la calle… Más de un mordisco nos llevamos al intentar quitárselo de la boca!



Cuántos buenos momentos nos regalaste. Imposible numerarlos todos, como imposible no emocionarme al recordarlos.

Cuando llegaste llenaste un hueco difícil de tapar, pero eras tan lindo!
De pequeño la liaste un par de veces. Te comías todo lo que encontrabas por delante: servilletas, trapos de cocina, ropa interior, plantas, cactus, libros… Fue muy divertido.  También lo fue enseñarte a hacer monerías varias. Qué listo eras, lo aprendiste en seguida.

Luego te hiciste mayor, adulto. Uno más en la familia. De viaje viniste con nosotros un par de veces, debimos llevarte más. Lástima que no conocieras la nieve, tu hábitat natural. Quizá ahora estés allí. 
Lo que no te gustaba nada era el agua y bañarte, aunque a mi me encantaba verte todo mojado, chapoteando y luego enchufarte el secador. Quedabas tan blanco y reluciente que imponías. Eras un lobo, un precioso lobo. Todo el mundo te admiraba.


Más adelante llegaron algunos amigos más. Te costó acostumbrarte al principio, ya que alguno que otro te abría el apetito... pero fuiste un buen amigo también para ellos.



Y qué divertido era jugar contigo al “escondite”. Nos encontrabas rápido y te ponías muy contento cuando te dábamos el premio. Con la pelota también te lo pasabas bien, pero para jugar lo que más te gustaba era la “cuerda”. Morder, estirar, correr…

Pero los años no pasan en balde para nadie, y para ti tampoco. Te hiciste mayor, con todo lo que eso implica. Nos empezamos a dar cuenta cuando encontramos un par de dientes por la casa. Pobre abuelito. Ya no aguantabas los paseos largos, era normal. Necesitabas hidratarte con frecuencia. Las escaleras eran un gran obstáculo para ti, menos mal que había ascensor. Te costaba caminar, y dormías muchas horas.


Llegó el verano, el calor y tus sofocos. Todo el día cara al ventilador y el aire acondicionado y no podías respirar. Más tarde apareció un bulto feo en tu perfecta cara blanca. ¿Una muela inflamada? ¿Una espiga clavada? Se hinchó tanto tanto que dificultaba tu respiración y no te dejaba ver. Sufrimos mucho, y tu también. Te veíamos casi sin fuerzas para respirar, con la cara hinchada, pero seguías alegre. Sorprendente. 
Al final resultó ser algo mucho peor, algo mortal, sin solución. No nos lo creíamos. Fue inevitable poner fin a eso, acabar con el padecimiento de todos. Lo siento. Lo siento muchísimo. Me duele tanto que tuviera que pasar así...
Todos soñamos con morir de viejos, durmiendo, sin sufrir. Y deseamos lo mismo para nuestros amigos, y los seres vivos que amamos. Me duele mucho.

Fue así, como sucedió. Fue triste el final, pero sólo el final. Todo el resto de la historia fue genial. Es como esas películas con las que disfrutas tanto viéndolas, pero con un final triste, inesperado y desagradable. Pero ese final con el tiempo se olvida, y quedan los buenos recuerdos. Allá donde estés, gracias.

jueves, 12 de abril de 2012

Las futuras generaciones

Últimamente la vida está llena de sorpresas. Pero atención, porque algo que sorprende no tiene por qué ser agradable, de hecho, cada día nuestros políticos nos sorprenden y no precisamente para bien. Llegan a tal punto que la realidad supera la ficción. Pongamos como ejemplo algunas declaraciones recientes:


El ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert propone "aprender inglés en España, en vez de viajar a Australia con becas".

Claro. Cientos de estudios científicos demuestran que la mejor manera de aprender una lengua extranjera es hacerlo en un lugar donde no se habla. Por eso triunfó tanto el esperanto.

Pero no os preocupéis, sino podemos viajar a Australia, tenemos otras opciones. Por ejemplo, es buen momento para aprender inglés en la escuela, ya que a partir de ahora sólo habrá unos 30 niños por clase, así que la atención será muy individualizada, y se podrán atender las necesidades educativas de TODOS y cada uno de los niños, como indica la LEY ORGÁNICA 2/2006, de 3 de mayo, de Educación (LOE).
Además, podrán reforzar su aprendizaje en las Escuelas Oficiales de Idiomas, que para nada están saturadas, y pueden atender a TODOS los alumnos. Y si necesitan algún tipo de apoyo o refuerzo, pues siempre les quedan los programas del profesor Vaughan.
Tampoco deben preocuparse las personas con recursos económicos, pues podrán continuar llevando a sus hijos a academias privadas, clases con profesores nativos e intercambios en verano; con lo que garantizarán un adecuado nivel de inglés.

Pero sigamos con declaraciones sorprendentes, en este caso del economista José Viñals:

"Vivir más es bueno, pero conlleva un riesgo financiero importante".


Ole y ole. Quién nos lo iba a decir. Ahora resulta que el hecho de que vivamos más, está resultando un problema, y el Fondo Monetario Internacional (FMI) pide bajar las pensiones "por el riesgo de que la gente viva más de lo esperado". Si es que... ya nos vale. Aguantar hasta los noventa y pico ahí viviendo del cuento, cobrando la pensión.




En fin, podría seguir enumerando declaraciones sorprendentes, pero no os quiero entretener más, así que terminaré con una pequeña reflexión.
A este paso las futuras generaciones (y puede que yo esté ya dentro de este colectivo), seguiremos cotizando y pagando impuestos para financiar la sanidad, la educación, las pensiones... Pero al mismo tiempo quien pueda:
- Tendrá un seguro médico privado, pues la sanidad pública no contará con recursos para dar respuesta a los tratamientos más costosos y difíciles.
- Llevará a sus hijos a un colegio privado, para evitar la masificación y los guetos de los públicos.
- Tendrá un plan de pensiones que le asegure una jubilación digna.

Sí, amigos, esta es la sociedad en que vivimos. ¿Una sociedad avanzada? Es posible.Responded vosotros mismos.