jueves, 23 de enero de 2020

Siempre conmigo


Los que tuvisteis la suerte de conocerlo, lo amasteis. Para los que no, ahora os cuento cómo era Bob.

Llamado Bob, Bobito o Bobín. Bob era un perro que gustaba hasta a la gente a la que no le gustan los perros. No sé qué tenía que provocaba dulzura en todo aquel que se cruzaba en su camino. Así era Bob.
Me enamoró desde que lo vi en la protectora. Surgió algo, algo increíble, difícil de explicar, que se prolongó durante 9 años.
Desde el primer día se convirtió en mi sombra, siempre conmigo allá donde fuera. Compañero de viaje y de aventuras. Amigo.

Desde que sonaba el despertador acudía a mi, y ya no se despegaba. Le encantaba salir a la calle. Cuando escuchaba el sonido de la correa se volvía loco. Perro loco lo llamaba. En casa no podíamos pronunciar las palabras “vamos, calle, sacar al bob…”. Así que Quique y yo íbamos inventando palabras clave para que no supiera que se acercaba el momento. Aunque era ponerse las zapatillas y ya no había manera de engañarlo. A veces teníamos que usar las palabras mágicas “tu no”, para que se parara en seco. No fallaba.

En el parque corría por el césped, a veces daba saltos como una cabra montesa. Le gustaba hacer pis en las hojas de las palmeras. Nunca tuvo problemas con ningún perro, yo siempre decía que era “un perro persona”, de hecho mucha gente me decía “tiene cara de persona”.
No le gustaba el agua, alguna vez lo llevamos a la playa y no había manera. Lo cogí en brazos y me metí en el agua, y apretaba tanto las patas sobre mi que hasta me hizo un arañazo. En la arena tenía mucho calor y hacía agujeros para meterse dentro. Que gracioso era!

En casa era muy tranquilo, a no ser que abrieras el armario de las galletas, entonces saltaba y ladraba de alegría. Su juguete favorito era un ratoncito de plástico. Me gustaba lanzárselo, aunque luego no lo trajera y tuviera que ir yo a quitárselo.  Cuando el juguete se hacía viejito iba a la tienda y compraba dos, para tener siempre uno de recambio. No podía estar sin su ratón. Cómo era mi Bob!
Cuando se quedaba solito en casa te miraba con cara de pena. Siempre que me iba le decía “pórtate bien, Bob, en seguida vengo”. Al volver a casa, era meter la llave en la cerradura y escucharlo ladrar. Que alegría abrir la puerta y verlo con su ratón en la boca. 

En la cocina era mi escoba, cualquier cosa que caía al suelo él la recogía, y se la comía, claro. Mientras nosotros comíamos él nos observaba, y después comía él.  Así era Bob.
Los ratos en el sofá me encantaban. En cuanto veía que me dirigía al sofá venía detrás, se sentaba en el suelo y esperaba la palabra mágica “sube”, a veces sustituida por un gesto de abrir los brazos. Subía y se tumbaba a mi lado. Cuánto amor!

Cuando tocaban al timbre ladraba, incluso cuando sonaba el timbre en la tele, eso era muy divertido. Y si me ponía a tocar algún instrumento en casa, se acercaba para pedirme clemencia. Los sonidos agudos le molestaban.
El momento de secarme el pelo después de la ducha era curioso. Al escuchar el sonido del secador se ponía a mis pies, le gustaba que le acercara el aire calentito del secador durante unos segundos. Después se sentaba en la puerta y esperaba a que acabara para acompañarme a mi siguiente destino (sentarme al ordenador, al sofá, cocinar…).

Con él no existía la soledad, nunca. Cuando me sentía triste ahí estaba. Sólo mirarlo me hacía sonreír, y abrazarlo transmitía paz. Ahora que estoy triste no sé dónde mirar.

A veces durmiendo tenía sueños en los que ladraba o lloraba. Pobrecito! Yo le acariciaba y le decía, “tranquilo, estoy aquí”. Mismas palabras que le dije cuando estaba a punto de morir. Espero que las escuchara.
La gente decía que tenía mucha paciencia y se divertían mucho con las fotos que le hacía, lleno de complementos y disfraces. Lo que no saben es que aguantaba los sombreros y gafas porque luego le daba “bacon”, otra palabra prohibida por la que enloquecía. También le encantaba chupar las tapas del yogur, y el día de cocido en casa era una fiesta. No penséis que le daba la carne que sobraba, se volvía loco con las verduras cocidas!

Ay, casi se me olvida, no le gustaba nada la colonia canina, era ver el bote y empezar a arrastrase por el suelo. Me reía mucho cada vez que lo cepillaba, cuánto pelo! Y no, no estaba gordo, era muy peludo.
Cuando iba a casa “de los abuelos” disfrutaba un montón. Era su casa de vacaciones. Allí era muy feliz. Bueno, en general, era un perro feliz, y nos hacía feliz a todos.

Todo el que lo conocía, hoy siente un vacío. Un terrible accidente nos lo ha quitado antes de tiempo, pero hoy sólo podemos dar gracias por su existencia y recordar todos y cada uno de  los momentos que nos dio.
Por siempre conmigo, por siempre con nosotros. Bob.


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