Los que tuvisteis la suerte de conocerlo, lo amasteis. Para
los que no, ahora os cuento cómo era Bob.
Llamado Bob, Bobito o Bobín. Bob era un perro que gustaba
hasta a la gente a la que no le gustan los perros. No sé qué tenía que
provocaba dulzura en todo aquel que se cruzaba en su camino. Así era Bob.
Me enamoró desde que lo vi en la protectora. Surgió algo,
algo increíble, difícil de explicar, que se prolongó durante 9 años.
Desde el primer día se convirtió en mi sombra, siempre
conmigo allá donde fuera. Compañero de viaje y de aventuras. Amigo.
Desde que sonaba el despertador acudía a mi, y ya no se
despegaba. Le encantaba salir a la calle. Cuando escuchaba el sonido de la
correa se volvía loco. Perro loco lo llamaba. En casa no podíamos pronunciar las
palabras “vamos, calle, sacar al bob…”. Así que Quique y yo íbamos inventando
palabras clave para que no supiera que se acercaba el momento. Aunque era
ponerse las zapatillas y ya no había manera de engañarlo. A veces teníamos que
usar las palabras mágicas “tu no”, para que se parara en seco. No fallaba.
En el parque corría por el césped, a veces daba saltos como
una cabra montesa. Le gustaba hacer pis en las hojas de las palmeras. Nunca
tuvo problemas con ningún perro, yo siempre decía que era “un perro persona”,
de hecho mucha gente me decía “tiene cara de persona”.
No le gustaba el agua, alguna vez lo llevamos a la playa y
no había manera. Lo cogí en brazos y me metí en el agua, y apretaba tanto las
patas sobre mi que hasta me hizo un arañazo. En la arena tenía mucho calor y
hacía agujeros para meterse dentro. Que gracioso era!
En casa era muy tranquilo, a no ser que abrieras el armario
de las galletas, entonces saltaba y ladraba de alegría. Su juguete favorito era
un ratoncito de plástico. Me gustaba lanzárselo, aunque luego no lo trajera y
tuviera que ir yo a quitárselo. Cuando el
juguete se hacía viejito iba a la tienda y compraba dos, para tener siempre uno
de recambio. No podía estar sin su ratón. Cómo era mi Bob!
Cuando se quedaba solito en casa te miraba con cara de pena.
Siempre que me iba le decía “pórtate bien, Bob, en seguida vengo”. Al volver a
casa, era meter la llave en la cerradura y escucharlo ladrar. Que alegría abrir
la puerta y verlo con su ratón en la boca.
En la cocina era mi escoba, cualquier cosa que caía al suelo
él la recogía, y se la comía, claro. Mientras nosotros comíamos él nos
observaba, y después comía él. Así era
Bob.
Los ratos en el sofá me encantaban. En cuanto veía que me
dirigía al sofá venía detrás, se sentaba en el suelo y esperaba la palabra
mágica “sube”, a veces sustituida por un gesto de abrir los brazos. Subía y se
tumbaba a mi lado. Cuánto amor!
Cuando tocaban al timbre ladraba, incluso cuando sonaba el
timbre en la tele, eso era muy divertido. Y si me ponía a tocar algún
instrumento en casa, se acercaba para pedirme clemencia. Los sonidos agudos le
molestaban.
El momento de secarme el pelo después de la ducha era
curioso. Al escuchar el sonido del secador se ponía a mis pies, le gustaba que
le acercara el aire calentito del secador durante unos segundos. Después se
sentaba en la puerta y esperaba a que acabara para acompañarme a mi siguiente
destino (sentarme al ordenador, al sofá, cocinar…).
Con él no existía la soledad, nunca. Cuando me sentía triste
ahí estaba. Sólo mirarlo me hacía sonreír, y abrazarlo transmitía paz. Ahora
que estoy triste no sé dónde mirar.
A veces durmiendo tenía sueños en los que ladraba o lloraba.
Pobrecito! Yo le acariciaba y le decía, “tranquilo, estoy aquí”. Mismas
palabras que le dije cuando estaba a punto de morir. Espero que las escuchara.
La gente decía que tenía mucha paciencia y se divertían
mucho con las fotos que le hacía, lleno de complementos y disfraces. Lo que no
saben es que aguantaba los sombreros y gafas porque luego le daba “bacon”, otra
palabra prohibida por la que enloquecía. También le encantaba chupar las tapas
del yogur, y el día de cocido en casa era una fiesta. No penséis que le daba la
carne que sobraba, se volvía loco con las verduras cocidas!
Ay, casi se me olvida, no le gustaba nada la colonia canina,
era ver el bote y empezar a arrastrase por el suelo. Me reía mucho cada vez que
lo cepillaba, cuánto pelo! Y no, no estaba gordo, era muy peludo.
Cuando iba a casa “de los abuelos” disfrutaba un montón. Era
su casa de vacaciones. Allí era muy feliz. Bueno, en general, era un perro
feliz, y nos hacía feliz a todos.
Todo el que lo conocía, hoy siente un vacío. Un terrible
accidente nos lo ha quitado antes de tiempo, pero hoy sólo podemos dar gracias
por su existencia y recordar todos y cada uno de los momentos que nos dio.
Por siempre conmigo, por siempre con nosotros. Bob.
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